Centauro descamisado

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Daniel Santoro

viernes, 29 de septiembre de 2017

Enchastrados bajo las babas del perro de Pavlov. Avatares y desencuentros entre los encuestadores electorales y los electores.

POR: JJO para Mirada CRITICA


La realización virtuosa de la Sociología como disciplina de sus padres fundadores lejos estaba de terminar siendo solo una forma de recaudar datos como son las encuestas y sus representantes del marketing político audiovisual. Pensada como la ciencia que iba a servir para buscar la forma de hacer mejores las sociedades y tratar sus problemas, en su estado actual la disciplina se ve definida solo por una de sus herramientas. Como si el fin del carpintero seria andar dando martillazos por todos lados.

El método de las “encuestas” se da a conocer a finales de los 50 y 60 como “conductismo”. Los científicos sociales europeos que escapaban de la Alemania nazi se afincaban en las universidades nortamericanas y tomaban las experiencias del científico Iván Pavlov (1849-1936) que había descubierto que los perros reaccionaban segregando saliva ante la oferta de comida y emitiendo una señal sonora, luego con la sola llamada sonora el animal actuaba como si la comida estuviera. Eso en la psicología se denominó como la teoría del “reflejo condicionado”. Pero para esos científicos que desarrollaron los primeros departamentos de estudios sociales de las universidades yankis que buscaban un método científico con cierto control lógico que pudiera anticipar las tendencias irracionales y subjetivas que habían llevado al totalitarismo alemán. El nuevo método daba un marco de confiabilidad porque unía el estudio social con un método científico positivista de lógica causa-efecto heredado de las ciencias naturales, transformándolo en estimulo-respuesta, que permitía tener fotos y descripciones de la acción social sin tomar en cuenta análisis filosóficos, históricos, normativos o económicos. Los individuos “reaccionaban” a estímulos políticos y a cambios en su vida cotidiana.

Proyectado desde los institutos de estudios políticos de las universidades yanquis a todo el mundo, el método conductista se convirtió en “él” método de las Ciencias Política. Así una herramienta pensada para evitar el surgimiento de políticos irracionales de derecha se difundió para todo tipo de fines, desde qué partido ganaría las próximas elecciones presidenciales, hasta qué etiqueta de bebida gaseosa resultaba más llamativa apara los consumidores. Claro está que esta columna no es una revista de divulgación científica, pero vine bien repasar de donde vienen estas cosas. Los maestros en metodología dejaban abierto un margen de error, generalmente cercano al 4 y 5 por ciento de la muestra, porque si no el método dejaba de ser científico y se convertiría en mera adivinación, y lo que trataban de demostrar los conductistas era el alto grado de posibilidades y tendencias comprobables en la realidad.

Sin embargo, desde hace algún tiempo, tal vez con la necesidad de buscar la máxima velocidad y exactitud de respuesta que se instaló a partir de la masificación de las tecnologías de la computación, el internet y la robótica, escuchamos decir de desinformados comunicadores que “desde hace tiempo las encuestas fallan”. Se citan ejemplos donde todos los encuestadores del mundo son ridiculizados porque no pueden prever finales electorales dirimidos por mucho menos de cinco puntos. Estos opinólogos, más preocupados por la lógica del exitismo cual adivinadores del futuro, pierden de vista los contextos sobre los cuales se disputan las competencias electorales.

Muchas razones acuden a la hora de buscar las causas por las cuales las encuestas supuestamente yerran. Podríamos citar algunas: 1) Los candidatos son “dibujados” por diseñadores de campaña y esas imágenes cada vez se parecen más entre sí porque responden a modelos de preferencias mayoritarias de mercado. 2) Los discursos desideologizados y sensibleros ocupan el centro de las exposiciones argumentales. 3) Todo el mundo hace mediciones y evalúan reacciones al minuto, por lo tanto se arman escenarios y operaciones constantemente que pueden hacer variar las decisiones de una parte importante del electorado, sobre todo los llamados “indecisos”. Aunque ciertamente, a partir de estos cambios en la forma de encarar las campañas electorales gran parte de los electores están en la misma situación de indecisión y son permeables a cambiar el voto a último momento.

Entonces, finalmente no es que los encuestadores “fallen” sino que tal vez le pedimos demasiado a un método, discutible por cierto como cualquier otro. También deberíamos pensar, que como el éxito estará en la manipulación de los electores, vuelven a ser relevantes paradójicamente los argumentos “duros” ideológicos, económicos e históricos, porque aseguran el capital propio e intransferible de votos.

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